Hace poco comentaba este tema con algunas personas. Quien más o quien menos ha escuchado esta frase en algún momento de su vida. Quienes más la repetían, se han encargado no solo de programarse a sí mismos, sino también de limitar las mentes de quienes circularan por su entorno. Este ha sido el escenario habitual con personas que ha defendido el refrán ‘quien mucho abarca, poco aprieta’. Como si la capacidad humana estuviera limitada a pequeños compartimentos, como si el conocimiento se fragmentara en parcelas estancas que no deben tocarse entre sí. Las personas que decidimos desafiar esta idea a menudo no nos escapamos del juicio y del dedo acusador por resistirnos a dar permiso para que esta restricción se instaure en nuestras dinámicas de vida, decidiendo, por el contrario, abrazar la interdisciplinariedad como una forma de expansión.
Repasar la historia siempre nos ayuda, pues nos ofrece ejemplos que refutan esta creencia. Leonardo da Vinci no solo pintaba, sino que diseccionaba cadáveres para entender la anatomía, diseñaba máquinas voladoras e investigaba los movimientos del agua. Miguel Ángel, además de esculpir y pintar, inventaba estructuras arquitectónicas que aún hoy desafían la lógica de la construcción. También lo hizo Gaudí con el uso de la catenaria, el arco que más le gustaba utilizar en sus construcciones aludiendo a su elegancia y conexión con conceptos de espiritualidad ¿Acaso ellos apretaron poco por abarcar demasiado? No, al contrario: lograron lo que la mayoría ni siquiera se atreve a intentar.
Estos últimos siglos hemos vivido épocas donde la especialización se ha ido implantando como un dogma. Se nos ha instado a elegir un camino, a dominar una sola área, a no perdernos en la ‘dispersión’. Y sin embargo, cada día vemos cómo los grandes avances surgen de la intersección entre disciplinas. Un biólogo que estudia filosofía puede encontrar respuestas que la ciencia por sí sola no ofrece. Un ingeniero que comprende el arte puede diseñar estructuras con una sensibilidad estética que trasciende la pura funcionalidad. Un escritor que se interesa por la neurociencia puede construir personajes más humanos y profundos.
No creo que abarcar mucho sea un defecto. Yo lo considero una necesidad. Si me quedara en un solo ámbito, me limitaría a mí misma, y sería imposible haber desarrollado ideas con otros lenguajes que me han aportado otro conocimiento. Dejar cerrada una vía creativa por miedo a sentir dispersión, impide que la creatividad se despliegue. Será entonces, que quienes defienden lo contrario son aquellas personas que temen el caos del conocimiento, que prefieren un orden controlado que les resulte manejable, aunque esto implique sacrificar la verdadera comprensión del mundo.
No se trata de la cantidad de disciplinas que exploramos, sino de la profundidad con la que lo hacemos. Leonardo y Miguel Ángel no solo incursionaron en múltiples campos, sino que los abordaron con una entrega total. No tocaban la superficie, se sumergían en la esencia de cada conocimiento, encontrando en la interconexión de saberes una fuente inagotable de innovación.
Así que la próxima vez que alguien te diga que abarcar mucho es malo, pregúntate: ¿me lo dice porque teme perderse en la inmensidad del conocimiento? ¿O porque no se atreve a explorar más allá de los límites que le han impuesto?, o algo que sería más preocupante: ¿busca limitar mi avance por el miedo que le ocasionaría tener que cuestionarse sus actuales creencias?
